5 historias de terror completas e interpretadas

5 historias de terror completas e interpretadas
Patrick Gray

Género literario que tiene su origen en los relatos del folclore popular y los textos religiosos, el terror está vinculado a la ficción y la fantasía. A lo largo de los siglos, se ha popularizado y ha adoptado nuevos estilos e influencias.

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La principal intención de estas narraciones es provocar emociones en el lector, como el miedo o la ansiedad. Sin embargo, algunas también conllevan reflexiones existenciales o críticas a la sociedad contemporánea.

Echa un vistazo, a continuación, a 5 escalofriantes relatos de escritores famosos que hemos seleccionado y comentado para ti:

  • La Sombra, Edgar Allan Poe
  • Lo que la luna trae consigo, H. P. Lovecraft
  • El hombre que amaba las flores, Stephen King
  • Ven a ver la puesta de sol, Lygia Fagundes Telles
  • La invitada, Amparo Dávila

1. la Sombra, Edgar Allan Poe

Vosotros que me leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, que os escribo, hace tiempo que he partido al mundo de las sombras. En efecto, sucederán cosas extrañas, se revelarán innumerables cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que estas notas sean leídas por los hombres. Y cuando las hayan leído, algunos no creerán, otros pondrán fin a sus dudas, y muy pocos de ellos encontraránmateria para meditaciones fructíferas en los caracteres que grabo con un estilete de hierro en estas tablillas.

El año había sido un año de terror, lleno de sensaciones más intensas que el terror, sensaciones para las que no hay nombre en la tierra. Se habían producido muchos prodigios, muchos signos, y por todas partes, por tierra y por mar, se habían extendido ampliamente las negras alas de la Plaga. Pero los que eran sabios, los que conocían los designios de las estrellas, no ignoraban que los cielos presagiaban la perdición; y,Para mí (el griego Oino), como para otros, era evidente que habíamos llegado al final de aquel año setenta y cuatro en el que, a la entrada del Carnero, el planeta Júpiter hizo su conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. El espíritu particular de los cielos, si no me equivoco mucho, manifestó su poder no sólo sobre el globo físico de la tierra, sino también sobre las almas, los pensamientos y lasmeditaciones de la humanidad.

Una noche estábamos siete en la parte trasera de un noble palacio, en una sombría ciudad llamada Tolemaida, sentados alrededor de unas botellas de vino púrpura de Quíos. El compartimento no tenía otra entrada que una alta puerta de bronce; y la puerta había sido moldeada por el artesano Corinos, y, producto de una hábil mano de obra, se cerraba por dentro.

Asimismo, tapices negros protegían este melancólico compartimento, evitándonos la visión de la luna, las lúgubres estrellas y las calles despobladas. Pero el sentimiento y el recuerdo del Azote no se habían expulsado fácilmente.

Había a nuestro alrededor, cerca de nosotros, cosas que no puedo definir distintamente, cosas materiales y cosas espirituales - una pesadez en la atmósfera, una sensación sofocante, una angustia, y sobre todo ese terrible modo de existencia que ataca a las personas nerviosas cuando los sentidos están cruelmente vivos y despiertos y las facultades del espíritu embotadas y apáticas.

Un peso mortal nos aplastaba. Se extendía sobre nuestros miembros, sobre los muebles de la habitación, sobre las copas en las que bebíamos; y todas las cosas parecían oprimidas y postradas en aquel abatimiento -todas excepto las llamas de las siete lámparas de hierro que iluminaban nuestra orgía. Extendidas en finos hilos de luz, permanecían así, ardiendo pálidas e inmóviles; y sobre la redonda mesa de ébano alrededor de la cualNos sentamos y, convertida la claridad en espejo, cada uno de los invitados contempló la palidez de su propio rostro y el brillo inquieto en los ojos tristes de sus camaradas.

Sin embargo, nos vimos obligados a reír, y nos alegramos a nuestra manera, una manera histérica; y cantamos las canciones de Anacreonte, que no son más que locura; y bebimos en exceso, aunque la púrpura del vino nos recordaba a la púrpura de la sangre. Porque en el compartimento había un octavo personaje: el joven Zoilo. Muerto, estirado de cuerpo entero y amortajado, era el genio y el demonio delAi! no tomó parte en nuestra diversión: sólo su rostro, convulso por el mal, y sus ojos, en los que la Muerte sólo había apagado a medias el fuego de la peste, parecían interesarse por nuestra alegría tanto como los muertos son capaces de interesarse por la alegría de los que han de morir.

Pero aunque yo, Oino, sentía los ojos del muerto fijos en mí, la verdad es que me esforzaba por no advertir la amargura de su expresión, y, mirando obstinadamente a las profundidades del espejo de ébano, entonaba en voz alta y sonora las canciones del poeta de Teos. Poco a poco, sin embargo, mi canto cesó, y los ecos, rodando a lo lejos a través de los negros tapices de la cámara, fuerondebilitándose, indistinta, y se desvaneció.

Pero he aquí que del fondo de aquellos negros tapices, donde moría el eco de la canción, se alzaba una sombra, oscura, indefinida -una sombra semejante a la que la luna, cuando está baja en el cielo, puede dibujar con las formas de un cuerpo humano; pero no era la sombra ni de un hombre, ni de un dios, ni de ningún ser conocido-. Y, temblando por un momento en medio de las cortinas, se hizo al fin visible y firme,Pero la sombra era vaga, informe, indefinida; no era la sombra ni de un hombre ni de un dios - ni de un dios de Grecia, ni de un dios de Caldea, ni de ningún dios egipcio. Y la sombra yacía sobre la gran puerta de bronce y bajo la cornisa arqueada, sin moverse, sin pronunciar una palabra, volviéndose cada vez más fija y finalmente permaneciendo inmóvil. Y la puerta sobre la que la sombraestaba, según recuerdo, tocando los pies del joven Zoilo.

Pero nosotros, los siete compañeros, habiendo visto salir la sombra de entre las cortinas, no nos atrevimos a mirarla de frente; bajamos los ojos y miramos siempre a las profundidades del espejo de ébano. Por fin yo, Oino, me aventuré a pronunciar unas palabras en voz baja, y pregunté a la sombra su morada y su nombre. Y la sombra respondió:

- Yo soy la Sombra, y mi morada está junto a las Catacumbas de Tolemaida, y muy cerca de esas llanuras: infernales que encierran el canal impuro de Caronte.

Y entonces, los siete nos levantamos horrorizados de nuestros asientos, y nos quedamos allí, temblando, estremecidos, llenos de asombro. El timbre de la voz de La Sombra no era el timbre de la voz de un individuo, sino de una multitud de seres; y esa voz, variando sus inflexiones de sílaba en sílaba, llenaba nuestros oídos confusamente, imitando los timbres familiares y conocidos de miles de amigos...¡Desaparecido!

Edgar Allan Poe (1809 - 1849) fue un destacado escritor estadounidense del Romanticismo, recordado sobre todo por sus textos oscuros.

Representante del literatura gótica, En el cuento "La sombra", escrito en 1835, el narrador y protagonista es Oinos, un hombre que hace tiempo que murió.

La trama se centra en una noche en la que estaba reunido con sus compañeros, velando el cadáver de otra víctima de la peste. miedo a morir No conocen su destino final.

Aquí, la muerte no es una figura individual; en su voz, pueden oír a todos sus amigos difuntos que aún rondan por la habitación, lo que les asusta aún más, pues parece anular la posibilidad de salvar sus almas.

2. lo que la luna trae consigo, H.P. Lovecraft

Odio la luna -le tengo horror- porque a veces, cuando ilumina escenas familiares y queridas, las convierte en cosas extrañas y odiosas.

Fue durante el verano espectral que la luna brilló en el viejo jardín por el que paseaba; el verano espectral de las flores narcóticas y los mares húmedos de follaje que evocan sueños extravagantes y multicolores. Y mientras caminaba por el arroyo cristalino y poco profundo percibí ondulaciones extraordinarias coronadas por una luz amarilla, como si aquellas aguas plácidas fueran barridas por corrientes irresistibles...Silenciosas y mansas, frescas y lúgubres, las aguas malditas por la luna corrían hacia un destino desconocido; mientras, desde las enramadas de la orilla, las blancas flores de loto caían una a una en el opiáceo viento nocturno y se precipitaban desesperadas en la corriente, arremolinándose en un horrible torbellino bajo el arco del puente tallado y mirando hacia atrás con elsombría resignación de serenos rostros muertos.

Y mientras corría por la orilla, aplastando flores dormidas con mis pies recaídos, y cada vez más trastornado por el miedo a las cosas innobles y la atracción que ejercían los rostros muertos, me di cuenta de que el jardín no tenía fin a la luz de la luna; pues donde de día había muros, nuevos panoramas de árboles y caminos, flores y arbustos, ídolos de piedra y pagodas, y recodos del arroyoY los labios de aquellos rostros de loto muerto lanzaron tristes súplicas y me rogaron que los siguiera, pero no dejé de caminar hasta que el arroyo se convirtió en río y desembocó, entre pantanos de juncos mecidos y playas de arena reluciente, en la orilla de un vasto mar sin nombre.

En este mar brillaba la odiosa luna, y sobre las silenciosas olas se cernían extrañas fragancias. Y allí, cuando veía desaparecer los rostros de los lotos, anhelaba redes para poder capturarlos y aprender de ellos los secretos que la luna había confiado a la noche. Pero cuando la luna se movía hacia el oeste y la marea estancada se alejaba de la sombría orilla, podía ver bajo esa luz la antiguaY, sabiendo que todos los muertos se congregaban en aquel lugar sumergido, me estremecí y ya no quise hablar a los rostros de loto.

Sin embargo, mientras observaba cómo un cóndor negro descendía en picado desde el firmamento para posarse en un enorme arrecife, me entraron ganas de interrogarlo y preguntarle por los que conocí cuando aún vivía. Eso es lo que habría preguntado si la distancia que nos separaba no hubiera sido tan grande, pero el ave estaba demasiado lejos y ni siquiera pude verla mientras se acercaba al gigantesco arrecife.

Entonces observé el reflujo de la marea a la luz de la luna que se alejaba lentamente, y vi los coruscates resplandecientes, las torres y los tejados de la ciudad muerta que goteaba. Y mientras observaba, mis fosas nasales trataban de bloquear la pestilencia de todos los muertos del mundo; porque, en verdad, en aquel lugar ignorado y olvidado se reunían todas las carnes de los cementerios para que los turgentes gusanos marinos disfrutaran ydevorar el banquete.

Despiadada, la luna colgaba justo encima de estos horrores, pero los gusanos turgentes no necesitan la luna para alimentarse. Y mientras observaba las ondulaciones que denotaban la agitación de los gusanos abajo, sentí un nuevo escalofrío que venía de lejos, del lugar al que había volado el cóndor, como si mi carne hubiera sentido el horror antes de que mis ojos lo vieran.

Ni mi carne se había estremecido sin causa, porque cuando levanté los ojos percibí que la marea estaba muy baja, dejando al descubierto gran parte del enorme arrecife cuyo contorno ya había visto. Y cuando vi que el arrecife era la negra corona basáltica de un horrible icono cuya monstruosa frente aparecía entre los apagados rayos de luna y cuyas temibles pezuñas debían tocar el fétido lodo a kilómetros de distancia...profundidad, grité y grité por miedo a que aquel rostro emergiera de las aguas, y a que los ojos sumergidos me descubrieran después de que la malvada y traicionera luna amarilla hubiera desaparecido.

Y para escapar de tan temible cosa, me arrojé sin vacilar a las pútridas aguas donde, entre muros cubiertos de algas y calles sumergidas, turgentes gusanos marinos devoran a los muertos del mundo.

Howard Phillips Lovecraft (1890 - 1937), autor estadounidense conocido por sus monstruos y figuras fantásticas, influyó en muchas obras posteriores, combinando elementos de terror y ciencia ficción.

El texto que reproducimos arriba fue escrito en 1922 y está traducido por Guilherme da Silva Braga en el libro Los mejores relatos de H.P. Lovecraft Más breve que la mayoría de sus narraciones, la historia fue creada a partir de un sueño de autor una técnica habitual en su producción.

Narrado en primera persona, el cuento habla de la misterios que esconde la noche El protagonista, sin nombre, deambula por un jardín interminable y comienza a ver los espíritus y los rostros de los que ya han fallecido. Más adelante, se enfrenta al propio mundo de los muertos.

Incapaz de asimilar todo lo que acaba de ver, acaba arrojándose a la muerte. Así pues, este es un buen ejemplo de la horror cósmico que marca su escritura, es decir, la incomprensión y la desesperación del ser humano ante los secretos del universo.

3. El hombre que amaba las flores, Stephen King

A primera hora de una tarde de mayo de 1963, un joven con la mano en el bolsillo caminaba enérgicamente por la Tercera Avenida de Nueva York. El aire era suave y hermoso, el cielo se oscurecía gradualmente del azul al bello y tranquilo violeta del crepúsculo.

Todos los que se encontraban a las puertas de las confiterías, lavanderías y restaurantes parecían sonreír. Una anciana que empujaba dos bolsas de verduras en un viejo cochecito sonrió al joven y le saludó:

- ¡Hola, preciosa!

El joven le correspondió con una leve sonrisa y levantó la mano en un gesto de saludo. Ella siguió su camino, pensando: está enamorado.

El joven tenía ese aspecto. Llevaba un traje gris claro, la estrecha corbata ligeramente suelta en el cuello, cuyo botón estaba desabrochado. Tenía el pelo oscuro, cortado corto. La piel clara, los ojos azul claro. No era un rostro llamativo, pero en aquella suave tarde de primavera, en aquella avenida, en mayo de 1963, era hermoso y la anciana reflexionó con instantánea y dulce nostalgia que en primaveraCualquiera puede ser bella... si te apresuras a encontrarte con la persona de tus sueños para cenar y tal vez bailar después. La primavera es la única estación en la que la nostalgia nunca parece volverse amarga y la anciana siguió su camino satisfecha de haber saludado al chico y feliz de que él le devolviera el saludo levantando la mano en un gesto de saludo.

El joven cruzó la calle 66 caminando a paso ligero y con la misma leve sonrisa en los labios. A mitad de cuadra había un anciano junto a una carretilla destartalada llena de flores, cuyo color predominante era el amarillo; una fiesta amarilla de junquiles y crocos. El anciano también tenía claveles y algunas rosas de invernadero, en su mayoría amarillas y blancas. Comía un caramelo y escuchaba una voluminosa radio...transistor en equilibrio en la esquina del carro.

La radio emitía malas noticias que nadie escuchaba: un asesino que asesinaba a martillazos a sus víctimas seguía suelto; John Fitzgerald Kennedy declaraba que merecía la pena vigilar atentamente la situación en un pequeño país asiático llamado Vietnam (que el locutor pronunciaba "Vaitenum"); el cadáver de una mujer no identificada había sido retirado del East River; un jurado de ciudadanos no había pronunciado unLos soviéticos habían hecho estallar una bomba nuclear. Nada de eso parecía real, nada parecía importante. El aire era suave y agradable. Dos hombres con barrigas de bebedores de cerveza estaban delante de una panadería, jugando a las monedas y burlándose el uno del otro. La primavera temblaba al borde del verano y,En la metrópoli, el verano es la estación de los sueños.

El joven pasó junto al carro de las flores y el ruido de las malas noticias quedó atrás. Vaciló, miró por encima del hombro, se detuvo a pensar un momento. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y buscó a tientas una vez más algo en su interior. Por un instante, su rostro pareció desconcertado, solitario, casi acosado. Luego, al retirar la mano del bolsillo, reanudó su anterior expresión de entusiasta expectación.

Volvió al carrito de las flores, sonriendo. Llevaría unas flores para ella, que las querría.

Le encantaba ver cómo le brillaban los ojos de sorpresa y placer cuando le llevaba algún regalo: cosas pequeñas y sencillas, porque no era ni mucho menos rico. Una caja de bombones. Una pulsera. Una vez, sólo una docena de naranjas de Valencia, porque sabía que eran las preferidas de Norma.

- Mi joven amigo -saludó el florista al ver regresar al hombre del traje gris, recorriendo con la mirada las existencias expuestas en el carrito.

El vendedor debía de tener sesenta y ocho años; llevaba un gastado jersey de punto gris y una suave gorra a pesar de la calurosa tarde. Su rostro era un mapa de arrugas, sus ojos borrosos. Un cigarrillo parpadeaba entre sus dedos. Sin embargo, también recordaba cómo era ser joven en primavera: joven y tan apasionado que corría por todas partes. Normalmente, la expresión del rostro del vendedor de floresEra agrio, pero ahora sonreía un poco, igual que había sonreído la anciana que empujaba la compra en el cochecito, porque aquel niño era un caso claro. Limpiando migas de caramelo en el pecho de su holgado jersey, pensó: si este niño estuviera enfermo, seguro que lo tendrían en la UCI.

- ¿Cuánto cuestan las flores?", preguntó el joven.

- Te haré un bonito ramo por un dólar. Esas rosas son de invernadero, así que un poco más caras. Setenta centavos cada una. Te venderé media docena por tres dólares con miel.

- Cara - comentó el chico - Nada es barato, mi joven amigo. ¿Tu madre nunca te enseñó eso?

El joven sonrió.

- Puede que haya mencionado algo al respecto.

- Por supuesto. Por supuesto que sí. Te daré media docena de rosas: dos rojas, dos amarillas y dos blancas. No puedo hacerlo mejor, ¿verdad? Pondré unas ramitas de ciprés y unas hojas de avenca - les encanta. Bien. ¿O prefieres el ramo por un dólar?

- ¿Ellos?", preguntó el chico, aún sonriente.

- Mi joven amigo -dijo el vendedor de flores, tirando el cigarrillo a la alcantarilla y devolviéndole la sonrisa-, en mayo nadie se compra flores a sí mismo. Es una ley nacional, ¿me entiende?

El chico pensó en Norma, en sus ojos felices y sorprendidos, en su dulce sonrisa, y sacudió ligeramente la cabeza.

- Por cierto, creo que lo entiendo.

- Claro que sí. ¿Qué dices entonces?

- Bueno, ¿qué te parece?

- Te diré lo que pienso. ¡Vamos! Los consejos siguen siendo gratis, ¿no?

El chico volvió a sonreír y dijo

- Creo que es lo único gratuito que queda en el mundo.

- Puedes estar absolutamente seguro de ello", declaró el florista. Muy bien, mi joven amigo. Si las flores son para tu madre, llévale el ramo. Algunos junquiles, algunos crocos, algunos lirios del valle. No lo estropeará todo diciendo: "Oh, hijo mío, me han encantado las flores, pero ¿cuánto han costado? Es muy caro. ¿Aún no sabe que no debe malgastar su dinero?".

El joven echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. El vendedor de flores continuó:

- Pero si van a tu pequeña, es muy diferente, hijo mío, y lo sabes. Llévale rosas y no se convertirá en una contable, ¿entiendes? ¡Vamos! Te abrazará por el cuello y...

- Yo me quedo con las rosas -dijo el chico. Entonces le tocó reírse al vendedor de flores. Los dos hombres que jugaban a las monedas le miraron y sonrieron.

- ¡Eh, chaval! - llamó uno de ellos - ¿Quieres comprar una alianza barata? Yo vendo la mía... ya no la quiero.

El joven sonrió, ruborizándose hasta las raíces de su oscuro cabello. El florista cogió seis rosas de invernadero, recortó los tallos, las roció con agua y las envolvió en un largo paquete cónico.

- Esta noche hará el tiempo que tú quieras -anunció la radio-, tiempo agradable, temperatura en torno a los veintiún grados, perfecto para subir a la terraza y mirar las estrellas, si eres de los románticos ¡Disfruta, Gran Nueva York, disfruta!

El vendedor de flores pegó los bordes del papel con cinta engomada y aconsejó al chico que le dijera a su novia que un poco de azúcar añadido al agua del jarrón de rosas serviría para mantenerlas frescas más tiempo.

- Se lo diré", prometió el joven, entregándole al vendedor de flores un billete de cinco dólares.

- Gracias, señor.

- Es mi servicio, mi joven amigo -respondió el vendedor de flores, dándole al chico el cambio de un dólar y medio. Su sonrisa se volvió un poco triste:

- Bésala por mí.

En la radio, los Four Seasons empezaron a cantar "Sherry". El chico siguió subiendo por la avenida, con los ojos abiertos y excitados, muy alerta, mirando no tanto a su alrededor, a la vida que fluía por la Tercera Avenida, sino hacia dentro y hacia el futuro, a la expectativa.

Sin embargo, ciertas cosas le impresionaron: una joven madre que empujaba a un bebé en un cochecito, con la cara del niño cómicamente cubierta de helado; una niña que saltaba a la comba y tarareaba: "Betty y Henry subidos al árbol, ¡ENCONTRÁNDOSE! Primero viene el amor, luego el matrimonio y aquí viene Henry con el bebé en el cochecito, ¡empujando!" Dos mujeres charlaban frente a una lavandería,Un grupo de hombres mira a través del escaparate de una ferretería un enorme televisor en color con una etiqueta de precio de cuatro cifras: el aparato mostraba un partido de béisbol y los jugadores parecían verdes. Uno de ellos era de color fresa y los Mets de Nueva York estaban ganando a los Phillies por una cuenta de seis a uno en la parte baja.

El chico siguió adelante, llevando las flores, sin fijarse en que las dos mujeres embarazadas que estaban delante de la lavandería habían dejado momentáneamente de hablar y le miraban con ojos soñadores cuando pasó con el paquete; hacía tiempo que había pasado el momento de que recibieran flores. Tampoco se fijó en el joven agente de tráfico que paraba los coches en la esquina de la Tercera Avenida con la calle 69 paraEl guardia estaba ocupado y reconoció la expresión soñadora de la cara del chico por la imagen que veía en el espejo al afeitarse, donde últimamente observaba esa misma expresión. No se fijó en las dos adolescentes que se cruzaron con él en dirección contraria y luego soltaron una risita.

Se detuvo en la esquina de la calle 73 y giró a la derecha. La calle era un poco más oscura que las demás, flanqueada por casas convertidas en edificios de apartamentos, con restaurantes italianos en los sótanos. Tres manzanas más adelante, un partido de béisbol callejero seguía animado a la luz del crepúsculo. El joven no llegó hasta allí; tras caminar media manzana, entró en un estrecho callejón.

Ahora las estrellas habían aparecido en el cielo, titilando débilmente; la travesía estaba oscura y llena de sombras, con vagas siluetas de cubos de basura. El joven estaba solo ahora... no, no del todo. Un chillido ondulante sonó en la penumbra rojiza y frunció el ceño. Era la canción de amor de un gato y eso no tenía nada de hermoso.

Caminó más despacio y consultó el reloj. Eran las ocho menos quince y en cualquier momento Norma... Entonces la divisó, cruzando el patio hacia él, vestida con unos pantalones largos azul marino y una blusa marinera que hicieron que al chico le doliera el corazón. Siempre era una sorpresa divisarla por primera vez, siempre un delicioso sobresalto: parecía tan joven.

Ahora su sonrisa se iluminó, radiante. Caminó más deprisa.

- Norma - gritó.

Ella levantó los ojos y sonrió, pero... a medida que se acercaba la sonrisa se marchitaba. La sonrisa del chico también se crispó un poco y se inquietó momentáneamente. La cara por encima de la blusa del marinero le pareció de repente borrosa. Estaba oscureciendo... ¿se había equivocado? Seguro que no, era Norma.

- Te he traído flores -dijo él, feliz y aliviado, entregándole el paquete. Ella lo miró un momento, sonrió... y le devolvió las flores.

- Muchas gracias, pero se equivoca - declaró. - Me llamo...

- Norma -susurró, y sacó el martillo de mango corto del bolsillo de la chaqueta, donde lo había guardado todo el tiempo.

- Son para ti, Norma... siempre ha sido para ti... todo para ti.

Ella retrocedió, su cara un círculo blanco borroso, su boca una abertura negra, una O de espanto - y no era Norma, porque Norma había muerto hacía diez años. Y no importaba. Porque ella iba a gritar, y él golpeó con el martillo para contener el grito, para matar el grito. Y mientras golpeaba el martillo, el manojo de flores cayó de su otra mano, abriéndose y esparciendo rosas rojas, amarillas y blancas cerca de lapapeleras arrugadas donde los gatos hacían un amor enajenado en la oscuridad, gritando amor, gritando, gritando.

Golpeó con el martillo y ella no gritó, pero podría haber gritado porque no era Norma, ninguna de ellas era Norma, y él golpeó, golpeó, golpeó con el martillo. Ella no era Norma y por eso golpeó con el martillo, como había hecho cinco veces antes.

Sin saber cuánto tiempo después, volvió a guardar el martillo en el bolsillo de la chaqueta y retrocedió alejándose de la oscura sombra proyectada sobre los adoquines, alejándose de las rosas esparcidas cerca de los contenedores. Dio media vuelta y salió del estrecho callejón. Ya era tarde. Los jugadores de béisbol se habían ido a casa. Si había manchas de sangre en su traje, no aparecerían...por la oscuridad.No en la oscuridad de aquella noche de finales de primavera.Ella no se llamaba Norma pero él sabía cuál era su propio nombre.Era...era...Amor.

Se llamaba amor y vagaba por las calles oscuras porque Norma le estaba esperando. Y él la encontraría. Algún día, pronto.

Empezó a sonreír.Su agilidad volvió a su andar mientras caminaba por la calle 73.Una pareja de mediana edad sentada en la escalera del edificio donde vivía le vio pasar con la cabeza inclinada hacia un lado, la mirada distante, una leve sonrisa en los labios.Después de que pasara, la mujer preguntó:

- ¿Por qué no te vuelves a ver así?

- ¿Eh?

- Nada - dijo ella.

Pero vio al joven del traje gris desaparecer en la oscuridad de la noche y reflexionó que si había algo más hermoso que la primavera era el amor de los jóvenes.

Considerado uno de los autores más importantes del terror contemporáneo, Stephen King (1947) es un escritor estadounidense de gran éxito internacional que también escribe obras de suspense y ciencia ficción.

La narrativa que hemos elegido forma parte de Sombras de la noche (1978), su primera colección de cuentos. En ella encontramos a un joven y anónimo protagonista que pasea por las calles con un mirada apasionada .

Cuando ve a un hombre que vende flores, compra un regalo para la mujer que está esperando. A lo largo del texto, nos damos cuenta de lo mucho que ama a Norma y anhela el reencuentro. Sin embargo, cuando ella se acerca, nuestro se subvierten las expectativas .

Se trata de otra persona, a la que el protagonista mata con un martillo. Descubrimos así que se trata de un asesino en serie: ya ha matado a cinco mujeres porque no pudo encontrar a su amada en ninguna de ellas.

4. ven a ver la puesta de sol, Lygia Fagundes Telles

Subió apresuradamente la sinuosa cuesta. A medida que avanzaba, las casas eran cada vez menos, modestas viviendas dispersas sin simetría y aisladas en solares baldíos. En medio de la calle sin acera, cubierta aquí y allá por un arbusto bajo, unos niños jugaban en corro. La débil canción infantil era la única nota animada en la quietud de la tarde.

La esperaba apoyado en un árbol, delgado y esbelto, con una holgada chaqueta azul marino, con el pelo crecido y desaliñado, tenía los modales juveniles de un colegial.

- Mi querida Raquel", le miró fijamente, seria, y bajó la vista hacia sus zapatos.

- Mira este barro. Sólo tú podrías inventar una reunión en un lugar como éste. ¡Qué idea, Ricardo, qué idea! Tuve que bajarme del taxi lejos, nunca llegaría hasta aquí.

Se rió entre pícaro e ingenuo.

- ¿Nunca? ¡Pensaba que vendrías vestido deportivamente y ahora te presentas así! Cuando salías conmigo, solías llevar zapatos grandes de siete leguas, ¿recuerdas? ¿Fue para decirme eso que me hiciste venir hasta aquí? - preguntó ella, guardando los guantes en su bolso. Sacó un cigarrillo - ¡¿Eh?!

Ah, Raquel... -y la tomó del brazo-. Tú, tú eres tan hermosa. Y ahora fumas estos cigarrillos sucios, azules y dorados... Te juro que tenía que volver a ver toda esa belleza, oler ese perfume. ¿Y bien? ¿Hice mal?

Podrías haber elegido otro sitio, ¿no? -su voz se había ralentizado-, ¿y eso qué es? ¿Un cementerio?

Se volvió hacia el viejo muro en ruinas y echó un vistazo a la verja de hierro, corroída por el óxido.

- Cementerio abandonado, ángel mío. Todos los vivos y los muertos han desertado. No quedan ni los fantasmas, mira cómo juegan los niños sin miedo, añadió señalando a los niños en su ciranda.

Tragó despacio, sopló el humo en la cara de su compañera.

- Ricardo y sus ideas. ¿Y ahora qué? ¿Cuál es el programa? Con brío la cogió por la cintura.

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- Conozco bien todo esto, mi gente está, enterrada allí. Entremos un momento y les mostraré la puesta de sol más bella del mundo.

Ella le miró fijamente un momento y echó la cabeza hacia atrás con una risita.

- ¡Ver el atardecer!... Ahí, Dios mío... ¡Fabuloso, fabuloso!... Suplicándome una última cita, atormentándome durante días, haciéndome venir desde lejos a este agujero, ¡sólo una vez más, sólo una vez más! ¿Y para qué? Para ver el atardecer en un cementerio...

Él también se rió, afectando vergüenza como un niño puesto en la picota en falta.

- Raquel, querida, no me hagas esto. Sabes que me gustaría llevarte a mi piso, pero me he empobrecido aún más, como si eso fuera posible. Vivo en una pensión horrorosa, la dueña es una Medusa que espía por el ojo de la cerradura...

- ¿Y crees que yo lo haría?

- No te enfades, sé que no lo harías, estás siendo muy fiel. Así que he pensado que si pudiéramos hablar un rato en una calle lejana... - dijo acercándose. Le acarició el brazo con la punta de los dedos. Se puso serio. Y poco a poco se le fueron formando innumerables arrugas alrededor de los ojos ligeramente apretados. Los abanicos de arrugas se profundizaron hasta convertirse en una expresión de astucia.No estaba en esePero pronto sonrió, y la red de arrugas desapareció sin dejar rastro. Su aire inexperto y medio atento volvió a él: "Has hecho bien en venir.

- Te refieres al espectáculo... ¿Y no podíamos tomar una copa en un bar?

- Me he quedado sin dinero, ángel mío, a ver si lo entiendes.

- Pero pagaré.

- ¿Con su dinero? Prefiero beber formicida. Elegí este tour porque es gratis y muy decente, no puede haber un tour más decente, ¿no estás de acuerdo conmigo? Incluso romántico.

Miró a su alrededor. Tiró del brazo que él apretaba.

- Fue un gran riesgo, Ricardo. Está celoso. Está harto de saber que he tenido mis aventuras. Si nos junta, entonces sí, sólo quiero ver si alguna de sus fabulosas ideas va a arreglarme la vida.

- Pero me acordé de este lugar precisamente porque no quiero que corras ningún riesgo, ángel mío. No hay lugar más discreto que un cementerio abandonado, ya ves, completamente abandonado -continuó, abriendo la verja. Los viejos gongs gimieron-: Tu amigo o un amigo de tu amigo nunca sabrá que estuvimos aquí.

- Es un riesgo enorme, ya te lo dije. No insistas con estas bromas, por favor. ¿Y si viene un funeral? No soporto los funerales. ¿Pero el funeral de quién? ¡Rachel, Rachel, cuántas veces tengo que repetirte lo mismo! Aquí no se entierra a nadie desde hace siglos, no creo que queden ni los huesos, qué tontería. Ven conmigo, puedes darme tu brazo, no tengas miedo.

La maleza lo dominaba todo. Y no contenta con haberse extendido furiosamente por los parterres, trepaba por las tumbas, se infiltraba con avidez en las grietas de mármol, invadía las avenidas de guijarros verdosos, como si quisiera con su violenta fuerza vital cubrir para siempre las últimas huellas de la muerte. Caminaron por la larga avenida bañada por el sol. El sonido de sus pasos resonaba...Enfurruñada pero obediente, se dejaba llevar como una niña. A veces mostraba cierta curiosidad por una u otra tumba con sus pálidos medallones esmaltados de retratos.

- Es enorme, ¿eh? Y tan miserable, nunca he visto un cementerio más miserable, qué deprimente -exclamó lanzando la colilla del cigarrillo en dirección a un angelito con la cabeza cortada-. Vámonos, Ricardo, ya está bien.

- Ya está, Raquel, ¡mira un poco esta tarde! Deprimente ¿por qué? No sé dónde leí, la belleza no está ni en la luz de la mañana ni en la sombra de la tarde, está en el crepúsculo, en ese medio tono, en esa ambigüedad. Te estoy poniendo el crepúsculo en bandeja, y te quejas.

- No me gustan los cementerios, ya lo he dicho, y más los cementerios pobres.

Delicadamente le besó la mano.

- Prometiste darle una noche a esta esclava tuya.

- Sí, pero lo hice mal. Podría ser muy divertido, pero no quiero correr más riesgos. - ¿Es tan rico?

- Ahora me vas a llevar a un fabuloso viaje a Oriente. ¿Has oído hablar de Oriente? Nos vamos a Oriente, querida...

Cogió un guijarro y lo cerró en su mano. La pequeña red de arrugas empezó a extenderse de nuevo alrededor de sus ojos. Su fisonomía, tan abierta y tersa, se oscureció de repente, envejeció. Pero pronto reapareció la sonrisa y desaparecieron las arrugas.

- También te llevé un día a dar un paseo en barco, ¿recuerdas? Apoyando la cabeza en el hombro del hombre, aminoró el paso.

- Sabes, Ricardo, yo creo que sí que eres un poco tantán... Pero a pesar de todo, a veces añoro aquella época ¡Qué año aquel! Cuando lo pienso, no entiendo cómo aguanté tanto, imagínate, ¡un año!

- Leíste La dama de las camelias, te pusiste frágil, sentimental. ¿Y ahora? ¿Qué novela estás leyendo ahora?

- Ninguna - respondió ella, frunciendo el ceño. Se detuvo a leer la inscripción de una losa destrozada: "Mi querida esposa, para siempre añorada - leyó en voz baja - Sí, esa eternidad duró poco.

Arrojó la roca a un parterre reseco.

- Pero es este abandono en la muerte lo que hace el encanto de esto. Uno ya no encuentra la más mínima intervención de los vivos, la estúpida intervención de los vivos. Mira - dijo señalando una tumba agrietada, la maleza brotando insólita desde dentro de la grieta - el musgo ya ha cubierto el nombre en la piedra. Por encima del musgo, vendrán todavía las raíces, luego las hojas... Esta es la muerte perfecta, ni el recuerdo, ni la añoranza, ni lanombre en absoluto. Ni siquiera eso.

Se acurrucó más cerca de él, bostezó.

- Vale, pero ahora vámonos, me he divertido mucho, hacía mucho tiempo que no me divertía tanto, sólo un tío como tú podría hacerme divertir tanto.

Le dio un rápido beso en la mejilla.

- Ya basta, Ricardo, quiero irme.

- Unos pasos más...

- Pero este cementerio es interminable, ya hemos caminado kilómetros - miró hacia atrás - Nunca he caminado tanto, Ricardo, voy a quedar agotada.

- La buena vida te ha vuelto vaga... Qué feo -se lamentó, empujándola hacia delante-. Ahí se ve la puesta de sol. Sabes, Raquel, yo paseaba a menudo por aquí de la mano de mi primo. Teníamos doce años entonces. Todos los domingos venía mi madre a traer flores y a decorar nuestra capillita, donde ya estaba enterrado mi padre. Mi primito y yoSolíamos venir con ella y pasar el rato, cogidos de la mano, haciendo tantos planes. Ahora los dos están muertos.

- ¿Tu primo también?

- Murió cuando tenía quince años. No era precisamente guapa, pero tenía unos ojos... Eran verdes como los tuyos, parecidos a los tuyos. Extraordinarios, Rachel, extraordinarios como vosotros dos... Ahora pienso que toda su belleza reside en sus ojos, que son algo oblicuos, como los tuyos.

-¿Se amaban?

- Ella me amaba. Era la única criatura que... -Hizo un gesto. -De todos modos, no importa.

Raquel le cogió el cigarrillo, tragó y se lo devolvió.

- Me caías bien, Ricardo.

- Y te quería... y te sigo queriendo. ¿Ves ahora la diferencia?

Un pájaro atravesó el ciprés y lanzó un grito, ella se estremeció.

- Se enfrió, ¿no? Vamos.

- Hemos llegado, mi ángel. Aquí están mis muertos.

Se detuvieron ante una pequeña capilla cubierta de arriba abajo por una enredadera salvaje, que la envolvía en un furioso abrazo de lianas y hojas. La estrecha puerta crujió al abrirla de par en par. La luz invadió un cubículo de paredes ennegrecidas, llenas de las vetas de viejas goteras. En el centro del cubículo, un altar medio desmontado, cubierto por una toalla que había adquirido el color del tiempo. Dos jarronesEntre los brazos de la cruz, una araña había tejido dos triángulos de telarañas rotas, que colgaban como jirones de un manto que alguien había colocado sobre los hombros de Cristo. En la pared lateral, a la derecha de la puerta, había una puerta de hierro que daba acceso a una escalera de piedra, que descendía en espiral hasta la ca tacumba. Entró de puntillas,evitando tocar lo más mínimo los restos de la pequeña capilla.

- Qué triste es esto, Ricardo. ¿Nunca más estuviste aquí?

Tocó la cara de la imagen cubierta de polvo. Sonrió, con nostalgia.

- Sé que te gustaría encontrarlo todo impoluto, flores en los jarrones, velas, signos de mi dedicación, ¿verdad? Pero ya he dicho que lo que más me gusta de este cementerio es precisamente este abandono, esta soledad. Los puentes con el otro mundo se han cortado y aquí la muerte está totalmente aislada. Absoluta.

Dio un paso adelante y miró a través de los barrotes de hierro oxidado de la puertecita. En la semiobscuridad del sótano, los cajones se extendían a lo largo de las cuatro paredes que formaban un estrecho rectángulo gris.

- ¿Y ahí abajo?

- Pues ahí están los cajones, y en los cajones están mis raíces. Polvo, ángel mío, polvo -murmuró-. Abrió la puertecita y bajó las escaleras. Se acercó a un cajón del centro de la pared, agarrando con fuerza el tirador de bronce, como si fuera a sacarlo: la cómoda de piedra. ¿No es grandiosa?

Se detuvo en lo alto de la escalera y se acercó para ver mejor.

- ¿Están todos estos cajones llenos?

- ¿Lleno?... Sólo los que tienen el retrato y la inscripción, ¿ves? En éste está el retrato de mi madre, aquí estaba mi madre -continuó, tocando con la punta de los dedos un medallón esmaltado incrustado en el centro del cajón.

Se cruzó de brazos. Habló en voz baja, con un ligero temblor en la voz.

- Vamos, Ricardo, vamos.

- Tienes miedo.

- Claro que no, sólo tengo frío. ¡Sube y vámonos, tengo frío!

No contestó. Se acercó a uno de los cajones de la pared opuesta y encendió una cerilla. Se inclinó hacia el medallón tenuemente iluminado.

- Mi primita Maria Emília. Recuerdo incluso el día en que se hizo esa foto, dos semanas antes de morir... Se ató el pelo con una cinta azul y vino a presumir, ¿soy guapa? ¿soy guapa?

Bajó las escaleras encogiéndose de hombros para no tropezar con nada.

- ¡Hace tanto frío aquí, y está tan oscuro, que no puedo ver!

Encendió otra cerilla y se la ofreció a su compañero.

- Aquí se ve muy bien... - Se apartó. - Mira sus ojos. Pero están tan descoloridos que apenas se ve que es una chica...

Antes de que se apagara la llama, la acercó a la inscripción hecha en la piedra y la leyó en voz alta, despacio.

- Maria Emília, nacida el veinte de mayo de mil ochocientos y fallecida... - Dejó caer el palillo y permaneció inmóvil un momento - ¡Pero ésta no puede ser tu novia, murió hace más de cien años! Tu mentira...

Un ruido metálico cortó la palabra de su medio. Miró a su alrededor. La obra estaba desierta. Dirigió su mirada hacia las escaleras. Arriba, Ricardo la observaba desde detrás de la trampilla cerrada. Tenía su sonrisa, mitad inocente, mitad pícara.

- Esta nunca fue la tumba de tu familia, ¡mentiroso! La broma más ridícula -exclamó, subiendo rápidamente las escaleras- No tiene gracia, ¿me oyes?

Esperó hasta que ella estuvo a punto de tocar el pestillo de la verja de hierro. Entonces giró la llave, la sacó de la cerradura y saltó hacia atrás.

- ¡Ricardo, abre esto ahora mismo! - ordenó, girando el pestillo - Odio este tipo de bromas, ya lo sabes. ¡Idiota! Eso te pasa por seguir así la cabeza de un idiota. ¡Una broma de lo más estúpida!

- Un rayo de sol entrará por el hueco que hay en la puerta. Luego se alejará despacio, muy despacio. Tendrás la puesta de sol más bonita del mundo. Sacudió la puertecita.

- Ricardo, ya basta, he dicho, ¡ya basta! ¡Ábrela ahora mismo, ahora mismo! - Sacudió la puertecita con más fuerza aún, la agarró, colgando entre los barrotes. Jadeaba, con los ojos llenos de lágrimas. Ensayó una sonrisa - Escucha, cariño, ha sido muy gracioso, pero ahora tengo que irme de verdad, venga, ábrela...

Ya no sonreía. Estaba serio, con los ojos entrecerrados. A su alrededor, las arruguitas reaparecieron en forma de abanico.

- Buenas noches, Raquel...

- ¡Ya basta, Ricardo! ¡Me las pagarás! - gritó, estirando los brazos entre los barrotes, tratando de agarrarlo - ¡Cretino! Dame la llave de esta maldita cosa, ¡vamos! - exigió, examinando la flamante cerradura. Luego examinó los barrotes cubiertos de una costra oxidada. Se quedó quieta, levantando la mirada hacia la llave que él balanceaba de la argolla, como un péndulo.Entrecerró los ojos con un espasmo y ablandó el cuerpo. Se estaba resbalando. - No, no...

Todavía vuelto hacia ella, había alcanzado la puerta y abierto los brazos. Tiró, las dos hojas se abrieron de par en par.

- Buenas noches, mi ángel.

Sus labios se clavaron el uno en el otro, como si entre ellos hubiera pegamento. Sus ojos rodaron pesadamente en una expresión tosca.

- No...

Guardó la llave en el bolsillo y reanudó la marcha. En el breve silencio, el sonido de los guijarros crujiendo húmedos bajo sus zapatos. Y de repente, el grito aterrador e inhumano:

- ¡NO!

Durante algún tiempo siguió oyendo los gritos que se multiplicaban, parecidos a los de un animal desgarrado. Luego los aullidos se hicieron más lejanos, apagados, como si procedieran de las profundidades de la tierra. En cuanto llegó a la puerta del cementerio, lanzó una mirada mortal hacia el atardecer. Estaba atento. Ningún oído humano oiría ahora ninguna llamada. Encendió un cigarrillo y bajó por elA lo lejos, unos niños jugaban en círculo.

Lygia Fagundes Telles (1923 - 2022) se dio a conocer internacionalmente por sus obras de novela y narrativa breve.

Presente en la colección Ven a ver el atardecer y otros cuentos (1988), es uno de los textos más consolidados del autor, que combina elementos de fantasía, drama y terror. La trama está protagonizada por Raquel y Ricardo, dos antiguos amantes que organizan un reunión en el cementerio .

El lugar habría sido elegido por el hombre para mantener el evento en secreto. Aunque sus palabras son dulces, sus gestos parecen denunciar que tiene alguna intención oculta. Al final, descubrimos que estamos ante una historia de celos y locura que termina de forma trágica.

Ricardo prefiere matar a Raquel (o, mejor dicho, enterrarla viva) antes que aceptar el fin de la relación y el nuevo romance que estaba viviendo. De esta forma, Lygia Fagundes Telles establece un escenario de horror cerca de la vida cotidiana : por desgracia, son innumerables los casos de feminicidio que se producen en condiciones similares.

5. la invitada, Amparo Dávila

Amparo Dávila. Foto: Secretaría de Cultura Ciudad de México

Nunca olvidaré el día que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo de un viaje.

Llevábamos entonces unos tres años casados, dos hijos, y yo no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que nos acostumbramos a ver en un lugar determinado, pero que no causa ninguna impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y alejado de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer.

No pude contener un grito de horror cuando lo vi por primera vez. Era oscuro, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin pestañear, que parecían penetrar a través de las cosas y las personas.

Mi vida infeliz se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada, le rogué a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía. No podía soportarlo; me inspiraba desconfianza y horror. "Es completamente inofensivo" -dijo mi marido, mirándome con marcada indiferencia- "Te acostumbrarás a su compañía, y si no lo consigues..." No había manera...convencerle de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa.

Yo no era la única que sufría su presencia. Todos en casa -mis hijos, la mujer que me ayudaba con las tareas domésticas, su hijo- le tenían terror. Sólo a mi marido le gustaba tenerlo allí.

Desde el primer día, mi marido le asignó la habitación de la esquina. Era una habitación grande, pero húmeda y oscura. Debido a estos inconvenientes, nunca la ocupé. Sin embargo, él parecía estar contento con la habitación. Como era bastante oscura, se adaptaba a sus necesidades. Dormía hasta que oscurecía y nunca sabía a qué hora se iba a la cama.

Perdí la poca paz que tenía en la casa grande. Durante el día, todo parecía normal. Siempre me levantaba muy temprano, vestía a los niños que ya estaban despiertos, les daba el desayuno y los entretenía mientras Guadalupe ordenaba la casa y salía a hacer la compra.

La casa era muy grande, con un jardín en el centro y las habitaciones distribuidas a su alrededor. Entre las habitaciones y el jardín había pasillos que protegían las habitaciones de la lluvia y el viento frecuentes. Cuidar de una casa tan grande y mantener el jardín ordenado, mi ocupación matutina diaria, era una tarea difícil. Pero me encantaba mi jardín. Los pasillos estaban cubiertos de plantas trepadoras que florecíanRecuerdo cuánto me gustaba sentarme por la tarde en uno de aquellos pasillos para coser la ropa de los niños, entre el perfume de las madreselvas y las buganvillas.

En el jardín cultivaban crisantemos, pensamientos, violetas de los Alpes, begonias y heliotropios. Mientras yo regaba las plantas, los niños se divertían buscando gusanos entre las hojas. A veces pasaban horas, silenciosos y muy atentos, intentando atrapar las gotas de agua que se escapaban de la vieja manguera.

No podía evitar mirar de vez en cuando a la habitación del rincón. Aunque se pasaba todo el día durmiendo, no podía fiarme de él. Había veces que, mientras preparaba la comida, veía de repente su sombra proyectada sobre la cocina de leña. Lo sentía detrás de mí... Tiraba lo que tenía en las manos al suelo y salía de la cocina corriendo y gritando como una loca. Él volvía de nuevo a suhabitación, como si nada hubiera pasado.

Creo que a Guadalupe la ignoraba por completo, nunca se acercó a ella ni la persiguió. Ni a los niños ni a mí. A ellos los odiaba y a mí siempre me persiguió.

Cuando salía de su habitación, comenzaba la pesadilla más terrible que alguien pueda vivir. Siempre se quedaba en una pequeña pérgola, frente a la puerta de mi habitación. Nunca salía. A veces, creyendo que aún dormía, iba a la cocina a por un bocadillo para los niños y, de repente, lo descubría en algún rincón oscuro del pasillo, bajo las enredaderas. "¡Ahí está, Guadalupe!", gritaba.desesperada.

Guadalupe y yo nunca le poníamos nombre, nos parecía que al hacerlo, ese ser tenebroso se haría realidad. Siempre decíamos: ahí está, se ha ido, está durmiendo, él, él, él....

Sólo hacía dos comidas, una al levantarse al anochecer y otra, tal vez, al amanecer antes de acostarse. Guadalupe era la encargada de llevar la bandeja, os puedo asegurar que solía tirarla a la habitación, porque la pobre sufría el mismo terror que yo. Toda su comida se reducía a carne, no probaba otra cosa.

Cuando los niños dormían, Guadalupe me traía la cena a su habitación. No podía dejarlos solos, sabiendo que se había levantado o estaba a punto de hacerlo. Una vez terminadas sus tareas, Guadalupe se iba a la cama con su hijito y yo me quedaba sola, contemplando el sueño de mis hijos. Como la puerta de mi habitación estaba siempre abierta, no me atrevía a acostarme, temiendo que en cualquierY no era posible cerrarla; mi marido siempre llegaba tarde, y cuando no la encontraba abierta habría pensado... Y llegaba muy tarde. Que tenía mucho trabajo, dijo una vez. Creo que otras cosas también le entretendrían...

Una noche me quedé despierto hasta cerca de las dos de la madrugada, escuchándole fuera... Cuando me desperté, le vi de pie junto a mi cama, mirándome fijamente con su penetrante mirada... Salté de la cama y le lancé la lámpara de aceite que había dejado encendida toda la noche. No había electricidad en aquel pueblecito y no habría soportado quedarme a oscuras, sabiendo que en cualquier momento... Se escapó delLa lámpara cayó al suelo de ladrillo y la gasolina prendió rápidamente. Si no hubiera sido por Guadalupe, que vino corriendo al oír mis gritos, toda la casa se habría quemado.

Mi marido no tenía tiempo para escucharme y no le importaba lo que pasaba en casa. Sólo hablábamos de lo esencial. Entre nosotros, el afecto y las palabras se habían acabado hacía mucho tiempo.

Vuelvo a sentirme mal al recordar... Guadalupe se había ido de compras y había dejado al pequeño Martín durmiendo en una caja donde solía dormir durante el día. Fui a ver cómo estaba varias veces, dormía plácidamente. Era alrededor del mediodía. Estaba peinando a mis hijos cuando oí al pequeño llorar mezclado con gritos extraños. Cuando llegué a la habitación lo encontrégolpeando cruelmente al niño.

Todavía no sabría explicar cómo le quité la pistola al pequeño y cómo le ataqué con un palo que encontré a mano, y le ataqué con toda la furia que había contenido durante tanto tiempo.No sé si le causé mucho daño, porque me desmayé.Cuando Guadalupe volvió de hacer la compra, me encontró a mí desmayada y al pequeño lleno de heridas sangrantes y arañazos.El dolor y la rabia que sintió fueron terribles.Afortunadamente, el niñono murió y se recuperó rápidamente.

Temí que Guadalupe se fuera y me dejara en paz. Si no lo hizo fue porque era una mujer noble y valiente que sentía un gran afecto por los niños y por mí. Pero ese día nació en ella un odio que clamaba venganza.

Cuando le conté a mi marido lo sucedido, le exigí que se lo llevara, alegando que podía matar a nuestros hijos como intentó hacer con el pequeño Martín. "Cada día estás más histérica, es realmente doloroso y deprimente verte así... Te he explicado mil veces que es un ser inofensivo".

Entonces pensé en huir de aquella casa, de mi marido, de él... Pero no tenía dinero y los medios de comunicación eran difíciles. Sin amigos ni parientes a los que recurrir, me sentía tan sola como una huérfana.

Mis hijos tenían miedo, ya no querían jugar en el jardín y no me dejaban en paz. Cuando Guadalupe se iba al mercado, los encerraba en mi habitación.

Esta situación no puede continuar -le dije un día a Guadalupe.

- Tendremos que hacer algo y pronto - respondió.

- Pero, ¿qué podemos hacer solos?

- Solo, es verdad, pero con odio...

Sus ojos tenían un brillo extraño. Sentí miedo y alegría.

La oportunidad llegó cuando menos lo esperábamos. Mi marido se marchó a la ciudad para ocuparse de unos asuntos. Dijo que tardaría unos veinte días en volver.

No sé si se enteró de que mi marido se había ido, pero ese día se levantó antes de lo habitual y se colocó delante de mi habitación. Guadalupe y su hijo durmieron en mi habitación y por primera vez pude cerrar la puerta.

Guadalupe y yo pasamos la noche haciendo planes. Los niños dormían plácidamente. De vez en cuando le oíamos acercarse a la puerta del dormitorio y llamar con rabia

Al día siguiente dimos de desayunar a los tres niños y para estar tranquilos y que no se entrometieran en nuestros planes, los encerramos en mi habitación. Guadalupe y yo teníamos muchas cosas que hacer y teníamos tanta prisa por cumplirlas que no podíamos perder tiempo ni para comer.

Guadalupe cortó varias tablas grandes y resistentes, mientras yo buscaba un martillo y clavos. Cuando todo estuvo listo, nos dirigimos en silencio a la habitación de la esquina. Las hojas de la puerta estaban entreabiertas. Conteniendo la respiración, bajamos los cerrojos, luego cerramos la puerta con llave y comenzamos a clavar las tablas hasta cerrarla por completo. Mientras trabajábamos, gruesas gotas de sudor goteaban por nuestrasNo hizo ningún ruido en ese momento, parecía profundamente dormido. Cuando todo terminó, Guadalupe y yo nos abrazamos y lloramos.

Los días que siguieron fueron terribles. Vivió muchos días sin aire, sin luz, sin comida... Al principio aporreaba la puerta, se lanzaba contra ella, gritaba desesperado, arañaba... Ni Guadalupe ni yo podíamos comer ni dormir, ¡los gritos eran terribles! A veces pensábamos que mi marido volvería antes de morir... ¡Si lo encontraba así...! Resistió mucho, creo que vivió casidos semanas...

Un día, ya no oímos ningún ruido, ni siquiera un gemido... Sin embargo, esperamos dos días más antes de abrir la puerta.

Cuando mi marido regresó, le comunicamos la noticia de su repentina y desconcertante muerte.

La obra de Amparo Dávila (México, 1928 - 2020) retrata la vida de personajes amenazados por locura, violencia y soledad En medio de la más absoluta normalidad, aparecen presencias indefinidas e inquietantes que adquieren aspectos terroríficos.

En este relato, el horror fantástico está presente: una criatura monstruosa e indefinible invade el espacio familiar de la casa de la protagonista, convirtiendo su existencia cotidiana en una tortura.

Los hechos narrados parecen tener un carácter fantástico, pero este huésped tiene una carga simbólica en la historia. Aquí, la criatura representa los miedos y fantasmas personales de la narradora, una mujer prácticamente abandonada en un lugar lejano y sometida a una matrimonio sin amor .

De este modo, se une a la otra presencia femenina de la casa y juntas consiguen derrotar al enemigo que amenaza sus vidas y las de sus hijos. Debido a estas simbologías, la obra de esta escritora se ve actualmente como un intento de reivindicaciones sociales para las mujeres .




Patrick Gray
Patrick Gray
Patrick Gray es un escritor, investigador y empresario apasionado por explorar la intersección de la creatividad, la innovación y el potencial humano. Como autor del blog "Culture of Geniuses", trabaja para desentrañar los secretos de equipos e individuos de alto rendimiento que han logrado un éxito notable en una variedad de campos. Patrick también cofundó una firma de consultoría que ayuda a las organizaciones a desarrollar estrategias innovadoras y fomentar culturas creativas. Su trabajo ha aparecido en numerosas publicaciones, incluidas Forbes, Fast Company y Entrepreneur. Con experiencia en psicología y negocios, Patrick aporta una perspectiva única a su escritura, combinando conocimientos basados ​​en la ciencia con consejos prácticos para lectores que desean desbloquear su propio potencial y crear un mundo más innovador.